Jesucristo, sacrificio perfecto

«El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.» Juan 1:29

El mundo le recuerda como el “héroe del monopatín”, pues Ignacio Echeverría, de 39 años, empleado de banca, no dudó en enfrentarse a uno de los terroristas del atentado del 3 de junio de 2017 en el puente de Londres utilizando una de las pasiones de su vida deportiva: el monopatín. Hubiera podido seguir su camino en bicicleta y huir como tantas otras personas, pero él se bajó para enfrentarse al asesino, salvando la vida de varias personas que lograron escapar. Cayó herido mortalmente cuando otros dos terroristas le asestaron una villana puñalada por la espalda. Licenciado en Derecho, Ignacio, era un gran deportista (además del monopatín le encantaba el surf, golf y squash). Había dejado su España natal para trabajar como analista en el banco HSBC, donde se dedicaba a la prevención de blanqueo de capitales. Este hombre sacrificó su vida por los demás. Seguramente hay más ejemplos de este tipo de sacrificios, pero hay uno mayor, el más grande de la historia.

Se trata de Jesucristo, cordero de Dios anunciado desde el principio. Para entender el significado de la frase “cordero de Dios,” hay que volver al Antiguo Testamento donde los judíos usaban corderos como sacrificios por sus pecados. Para ello vamos al libro de Levíticos. En el capítulo 1 encontramos los Holocaustos (vrs. 10). Este sacrificio representaba la plena dedicación y la entrega a Dios. La esencia de este sacrificio era la adoración voluntaria hacia Dios. Una vez que la sangre era rociada sobre el altar, se hacía arder todo el animal. En el capítulo 3 descubrimos el Sacrificio de paz (vrs. 6 y 7). Esta ofrenda simbolizaba la comunión y la paz por medio de la sangre derramada. Incluye Acción de gracias y súplica por salud y bienestar. Y en el capítulo 4 hallamos el Sacrificio por el pecado y expiatorios (vrs. 32). Se concentraban en pagar por el pecado ya sea contra Dios o contra los demás. Todas estas ofrendas incluían sacrificio y derramamiento de sangre de un cordero u otro animal. ¿Qué hace el mundo hoy para expiar su pecado? ¿Qué hacíamos nosotros antes de ser cristianos?

En Éxodo 12:1-13 vemos un ejemplo de cómo Dios, a través de la sangre de un cordero inmolado, salva de la muerte a su pueblo. Cuando estaban esclavizados en Egipto, Dios mandó diez plagas para convencer a Faraón que dejara ir a los israelitas. La última plaga consistía en la muerte del hijo mayor de cada familia de Egipto. Para salvar a sus hijos, los judíos sacrificaron un cordero y rociaron la sangre sobre la entrada de su casa. Lo mismo sucede casi 1500 años después, cuando, a través del sacrificio de Cristo y de su sangre derramada, Dios salva a su pueblo del pecado y de la muerte espiritual. Jesucristo es el sacrifico perfecto. En 1 Pedro 1:18-19, 2:24 dice que “Dios nos rescató de una vida sin sentido que llevábamos antes; así vivían nuestros antepasados, … Pero sabemos muy bien que el precio de nuestra libertad no fue pagado con algo pasajero …, sino con la sangre preciosa de Cristo, quien es como un cordero perfecto y sin mancha… En la cruz, Cristo cargó nuestros pecados en su propio cuerpo para apartarnos de ellos y para que vivamos como le agrada a Dios; …” En la época del Antiguo Testamento era necesario sacrificar corderos continuamente, ya sea cómo un acto de adoración a Dios, de acción de gracia o por expiación de pecados. Eran ceremonias repetitivas, Un ritual. Hoy día no necesitamos hacer este tipo de sacrificios. Cristo pagó el precio de nuestra libertad con su sangre preciosa, una vez y para siempre. En Isaías 53:3-7 observamos 1) A pesar de que Cristo pagó por nuestra Salvación con su propia sangre, nosotros le rechazamos. Desde el mismo momento que estuvo aquí en la tierra y aún en nuestros días ha sido despreciado, desechado, menospreciado por la humanidad (vrs. 3). 2) Sanó nuestras enfermedades, sufrió nuestros dolores, herido por nuestras rebeliones, azotado, abatido, castigado por nuestra paz, curados por su llaga (vrs. 4-5). 3) Nos descarriamos como ovejas, tomamos nuestro propio camino (vrs.6). 4) Cristo no abrió su boca, permaneció como oveja delante de sus trasquiladores (vrs. 7). ¿Cuál es la actitud de la gente hoy hacia Jesucristo? ¿Es diferente? Realmente nada ha cambiado, algunos siguen rechazándolo, otros se mofan, otros son indiferentes y la mayoría son incrédulos. ¿Y usted? ¿Cuál es tu postura hacia Jesús?

Pero Jesucristo también es el cordero por venir. En Apocalipsis 12:10-11 leemos que vendrá un tiempo en que el diablo y sus ángeles serán lanzados a la tierra, y los nuestros lo vencerán por medio de la sangre del Cordero porque no tuvieron miedo, estaban dispuestos a morir por proclamar la Palabra. ¿Quiénes son los “nuestros”? ¿Hacemos parte de ellos? Y en Apocalipsis 21:27, 20:15 leemos que habrá una Nueva Jerusalén, la ciudad celestial. El mismo cielo. Llena permanentemente de la gloria de Dios. Nada inmundo entrará en ella. Solo entrarán los que estén inscritos en el libro de la vida del Cordero. Aquel que no esté inscrito será lanzado al lago de fuego (Muerte segunda). ¿Estoy inscrito en el libro de la vida del Cordero?

En la época del Antiguo Testamento era necesario sacrificar corderos continuamente, ya sea cómo un acto de adoración a Dios, de acción de gracia o por expiación de pecados. El ser humano no ha cambiado, sigue caminando sus propios caminos, ignorando a Dios, haciendo las cosas a su manera, desagradando a Dios. Pero ya no es necesario realizar ningún tipo de sacrificio. Gracias damos a Dios por enviar a Jesucristo como el sacrificio perfecto, el cordero de Dios quien murió y resucitó por nuestros pecados. Una vez y para siempre.

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